A medida que aceleramos

 La ruta se pierde entre la densa neblina que cubre la noche. Apenas se divisan unos metros de cinta asfáltica bajo la luz de los faroles del auto que no  circula a más de 30 o 40 kilómetros por hora.

Adentro, el silencio es tan espeso como la bruma del exterior. Horacio concentrado con la mirada atenta a cada metro que avanza, Romina dobla por enésima vez el pañuelo y mira por la ventana la oscuridad de los campos que cruzan. La descarga eléctrica en el parlante indica que no hay ninguna emisora sintonizada y solo se complementa con el sonido del motor del auto.

Cada tanto, un bufido de Horacio rompe el silencio. Romina no lo mira. Se siente responsable por su insistencia de  emprender el viaje a la noche para evitar perder el vuelo que salía desde la capital a las ocho de la mañana.

Jamás imagino que sería la más cerrada y con mayor cantidad de niebla en la región. Casi 350 km.

Mientras el motor del Renault 19 ronroneaba y pedía mas velocidad la cabeza de Romina oscilaba entre llamar a Aerolíneas y cancelar el pasaje, o a la empresa dejando un mensaje en el contestador  avisando que no llegaría.

Toda alternativas ya inviables por la hora o por cortesía.

Para ella, llegar a Buenos Aires a la entrevista del trabajo que siempre había soñado, estaba por encima de todo, lo que la habia llevado a desechar las alternativas que tanto su marido, como sus padres, le habían planteado.

El limpiaparabrisas intentaba en vano abrir la niebla, como si se tratase de unos brazos imaginarios buscando luz en un camino que cada vez se negaba mas.

Horacio manipula la radio buscando una emisora, pero no aparece nada en el dial y resoplando vuelve al silencio, moviendo su pierna izquierda al ritmo de una canción imaginaria.

Se guia por las líneas pintadas de la banquina, el asfalto está deforme en algunos tramos lo que hace sacudir el auto cada vez que pisa alguno de los pozos o de los relieves demasiado elevados.

Al llegar al cruce que une la ruta de la costa con la once, Horacio dobla hacia el oeste. Rompe el silencio y murmura

-Vamos hasta la once, seguramente si nos alejamos del rio la densidad de la niebla va a ser menor.

Romina sin mirarlo, ocultando sus ojos enrojecidos asiente con la cabeza.

Los 30 kilómetros que unen ambas rutas parecen darle la razón, en varios tramos se puede ver nítida la cinta gris oscuro y las luces de los faros en el camino.

Al llegar al cruce con la once, la niebla los espera con las fauces abiertas como una bestia preparándose para devorar su banquete favorito.

Con mucha precaución, gira hacia el sur internándose en una penumbra más espesa que la que habían transitado en la costa.

Intimamente se dio cuenta del error que había cometido, si bien la ruta está más lejos del río, es muchísimo más transitada.

-Espero que los camioneros se hayan guardado en las estaciones de servicio, volvió a murmurar.

Romina esta vez, ni siquiera movió la cabeza

De pronto y sin tener la menor idea de donde provenía, un destello fulgurante los encegueció, Horacio se aferró al volante y sintieron que el auto vibraba entero como sacudido en una coctelera.

Una mole de hierro se alejaba a una velocidad absolutamente increíble.

 Se quedaron helados tratando de entender qué había pasado, parecía que habían perdido el conocimiento durante esa milésima de segundo.

Se miraron por primera vez en muchos kilómetros y Horacio detuvo el auto que aún parecía temblar.

Cerró los ojos, respiro profundo unos segundos y tomando coraje reanudó el viaje.

Lentamente se dejo engullir por la niebla y continuó los siguientes kilómetros más tranquilo y sereno.

Giró su cabeza y vio a Romina dormida. Raro en ella, siempre que viajaban le costaba conciliar el sueño.

Sentía el auto como más liviano, más dócil de llevar y sonrió al recorrer un terreno que conocia de memoria, entrecerró los ojos jugueteando con su mente.

De pronto, empezaron a aparecer en el recorrido, rectas, curvas y contracurvas que Horacio no recordaba, también se dio cuenta que había perdido la noción del tiempo desde que habían retomado el camino.

Miró el reloj del tablero  y vio que era la misma hora que marcaba cuando llegaron al cruce.

-Romina, vos que hora tenés?

Ella no le contestó, parecía muy profundamente dormida y no reaccionaba a sus palabras.

La sacudió con su brazo derecho mientras mantenía su mano izquierda en el volante y la vista al frente.

-Ey, Romi, no jodas! Despertate que no se qué carajos está pasando!!

Ella no respondía.

Comenzó a desacelerar y volvió a estacionar en la banquina.

-Despertate! Estas bien? Le dijo en voz mas alta.

Romina no se movía, cuando Horacio acercó su mano a la cara de ella, le pareció sentir algo espeso y húmedo.

Le corrió el cabello, vio brillar unos pedazos de vidrio que parecían del parabrisas.

Desesperado se bajó del auto.

No sabía porque lo hacía, no tenía idea de donde estaba y nada indicaba que podría conseguir ayuda.

Entre la niebla le pareció ver una figura cerca del alambrado del campo, trató de acercarse tropezando con los pastos crecidos,  tratando de emitir alguna palabra y se dio cuenta que no podía hacerlo.

Viró su cabeza hacia el auto y vio con horror que estaba destruido.

Divisó en su interior el cuerpo de Romina y a unos metros, como dormido en la banquina, el suyo propio.

Intentó gritar, buscó esa imagen que ahora le resultaba familiar.

La luz enceguecedora lo sacudió nuevamente.

No vió ni sintió nada mas.


Dibujo creado por IA del cuento.

Relato basado en la canción "Amanece en la ruta" de Suéter