La casa del árbol

Dicen que la ansiedad aparece cuando nos damos cuenta de que el tiempo existe. 

Cuando somos niños, el tiempo es una variable que no encaja en la fórmula diaria 

Son los mayores los que se esfuerzan por ubicarnos en la realidad, en los riesgos de la vida, como el cuco si no tomamos la sopa.

Cuando somos adultos nos sumergimos en ese mundo de señores preocupados y señoras enojadas y adoptamos el rol que nos toca representar, tratando de cumplir los mandatos impuestos por la sociedad para no ser mal visto.

Lo que nunca nos advirtieron es que este mundo adulto viene superpoblado de momentos de tristeza y soledad, de estrés de desazón. De cientos de batallas perdidas y por perder.

Sin embargo, mis queridos chichipíos, tengo un secreto para contarles: esa magia única de la niñez sigue ahí presente.

Está escondida muy dentro nuestro, como el hueco de aquel árbol en el fondo del patio de la abuela donde llevábamos unas galletitas y un vaso de jugo y se transformaba en nuestro mejor y más seguro refugio de ese exterior tan adultamente repulsivo.

Era nuestro lugar seguro.



Por eso, de grandes, debemos hacer el esfuerzo de encontrar ese hueco que creamos de niños, como si fuera una casa del árbol, pero en nuestro interior.

Y una vez allí, acurrucarnos a llorar un rato, abrazarnos a nuestra almohada de apego y darle un mordisco a nuestra masita preferida.

Luego, miremos al niño que está allí, dentro nuestro. Somos nosotros mismos con los miedos de antaño ante el mundo hostil.

Solo que ahora, como adultos que somos, vamos a calmarlo, a decirle que no está solo, que está este adulto para cuidarlo, protegerlo y amarlo.

Ahora somos capaces de enfrentar eso miedos con hidalguía.

Por eso, no te olvides de tu niño interior, visítalo cada tanto, pero por sobre todas las cosas: no olvides tu casa en árbol.

Tu lugar seguro.